miércoles, 31 de octubre de 2012















Desde ese halloween, cada vez que llega esa fecha, paso un día terrible y una noche peor, aunque no he vuelto a ver a aquella cosa.
Como en mi ciudad no hay ninguna actividad el día de halloween, planeamos la nuestra, y un pequeño grupo de jóvenes nos reunimos durante la noche en la plaza que hay frente al cementerio; y ahí nos pusimos a contar cosas tenebrosas; cuentos que conocíamos o inventábamos en el momento.  
La plaza es más bien una manzana despoblada con algunos bancos, unos hamacas y unos árboles. Cruzando una calle angosta se encuentra el cementerio. En todo el largo de esa cuadra, donde corre el muro del campo santo,  hay pinos en la vereda, unos pinos altos y delgados, y está el gran portón de rejas de la entrada.

Era una noche calurosa. Alrededor de las luces de la plaza pululaban cientos de insectos nocturnos de vuelo errático, que tanto chocaban contra las luces como contra nosotros.  Por momentos soplaba una ráfaga de viento cálido que cruzaba rumorosa entre los pinos.
Cuando uno contaba un cuento de terror los demás escuchábamos atentamente, pero ante un final absurdo o que no asustaba nos echábamos a reír y a hacer bromas. Nos estábamos riendo a carcajadas, cuando un hombre que cruzaba por la plaza nos reprochó:

- Tengan más respeto - nos dijo -, están frente al cementerio.
- Y qué importa - objetó uno de mis compañeros -. No estamos molestando a nadie.
- Siga su camino que nadie le preguntó nada, viejo metido - dijo otro. Ante esas palabras el viejo se fue y volteo hacia nosotros varias veces hasta que estuvo lejos.

Seguimos con nuestros cuentos, las bromas, las carcajadas estridentes, y la noche fue avanzando.
Una luna llena, ya algo desgastada, asomó detrás del muro del cementerio y se fue elevando entre dos pinos.    Observando a la luna, noté que sobresalía algo en el filo del muro.

- ¿Qué es aquello que está arriba del muro? - pregunté señalando el lugar; todos voltearon.
- Parece la cabeza de una persona - observó uno. En ese momento también me parecía una cabeza, la cabeza de alguien que estaba tras el muro, del lado del cementerio.

Creo que todos sentimos lo mismo: un terror súbito, pero aun así seguimos mirando.
La luna marcaba perfectamente el borde del muro y el contorno de aquella cabeza. Desde nuestro lugar no distinguíamos sus facciones (por suerte), pero un movimiento rapidísimo de la cabeza nos dio a entender que no era un humano (por lo menos ya no), pues se desplazó lateralmente por el borde del muro como si su cuerpo estuviera flotando, o como si solamente fuera una cabeza levitando.
Ahí sí reaccionamos y cada huyó hacia su hogar.
Poco rato después de llegar a mi casa me fui a acostar, mas la claridad que daba en mi cara me hizo levantar y fui a cerrar la persiana, y cuando lo estaba haciendo, vi, con la visión periférica, que aquella cosa me observaba desde lo alto del muro de mis vecinos. 
Mis compañeros no volvieron a verla después de huir de la plaza,   

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